Todos y todas intuimos la existencia de una energía universal, que mueve nuestras vidas y nuestros mundos.

En los manuscritos hindúes más antiguos encontramos ya el concepto según el cual el universo manifiesto es emanación de una realidad última que lo impregna y lo llena de energía ininterrumpidamente y en todo lugar.

Esta energía ha recibido diversos nombres, según las diferentes culturas: prana para los hindúes, por ejemplo; ka para los egipcios, chi para los chinos, fuerza sanadora de la naturaleza para Hipócrates y espíritu santo para los cristianos.

Fue Mikao Usui Sensei, un monje japonés, quien en el siglo XX afirmó haber experimentado una revelación espiritual que le dio acceso a un método de curación, llamado REIKI, basado en la transmisión de energía a través de las manos. 

La palabra «Reiki» se compone de dos términos japoneses: «rei», que significa «universal», y «ki» o «qi», que significa «energía vital». Por lo tanto, Reiki se traduce comúnmente como «energía vital universal». 

La práctica de Reiki implica canalizar esta energía universal a través de las manos hacia el receptor, con el objetivo de equilibrar y armonizar la energía vital en el cuerpo.

REIKI es el encuentro de la energía universal con la energía individual.